¿Podría alguna crema acabar con mi infelicidad cutánea?

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Sí, escribí “infelicidad cutánea”, porque así llamo lo que significa tener más de treinta, vivir entre el smog, padecer rosácea y fumar como carretonera; es decir, tener una piel infeliz. Probé “Aquasource” de Biotherm y así me fue…

Dicen que el amor es ciego, pero es mentira. Y no invento, lo evidencian casos como los de Michelle Thomas, rechazada por tener 9 kilos de sobrepeso (por más que su cita la considerara maravillosa), y es lo que recuerdo cada vez que el trasnoche y el mal cuidado de mi piel refuerzan las líneas de expresión en mi cara.

Las llamo “líneas de expresión” porque me aterroriza hablar de arrugas a mis 32 años, y porque los amigos a los que he consultado aseguran que “no se notan”, pero sé que hablan desde el temor de que rompa en un ataque de llanto en posición fetal.

Mis arru-líneas están ahí y tienen vida propia gracias a mi rosácea; dependiendo de la contaminación del día, el frío, el hábito de limpieza de cada noche –que a veces olvido-, los cigarros fumados y la hidratación, se marcan más o menos en mi rostro. Eso lo noté el lunes después del fin de semana de Emergencia Ambiental, cuando vi que el lunes por la mañana, las manchas rojas tan características de mi enfermedad cutánea (infelicidad cutánea), estaban mezcladas con la resequedad y unos surcos que se dibujaban en mi piel como la fecha de vencimiento de mi juventud -a la que de forma ilusa me agarro con las uñas-.

Resulta que en esos precisos días, un sujeto al que llamaremos “el niño que me gusta” me invitó a salir por primera vez, y como el amor no es nada ciego (amor, atracción, no dar asco o lo que sea que quería que hubiera con “el niño” en una primera instancia), me preocupé.

De la Lechuga y Mumm-Ra, el inmortal, con cebo

Mi abuela va a cumplir 80 años en agosto y juro que no se le notan. Según ella -una mujer que no fuma y que disfruta viviendo de los limpios aires del sur-, su secreto es que todos los días usa crema Lechuga. Sí, la del tarrito que venden en el supermercado a un módico precio.

Después de aplicarme un ungüento con corticoides que me receta eternamente mi dermatólogo cada vez que me venía una crisis de rosácea, las manchas rojas desaparecieron, pero los surcos y la resequedad se acrecentaron. Perfecto, no me vería como frutilla para ese ansiado primer encuentro con “el niño”, pero para entonces, sabía que se me caería la piel a pedazos, como un zombi –porque, por respeto a mi abuela, no haré la analogía con los leprosos de la Biblia-.

Probé el secreto de mi octogenario pariente. Total, esta cosa tenía que ser genética y si le funcionaba a la madre de mi madre, obvio que a mí también. Error. La mamá de mi mamá no tiene los malos hábitos de esta santiaguina buena para el ron y el pucho y claramente no sufre de rosácea, así que la crema solo hizo que mi cara resplandeciera de brillo grasoso, del que se asomaban las inmortales arrugas. Mumm-Ra con cebo, así me veía.

El milagro se llama hidratación

Fue en esos días de grasitud que mi editor me pidió que probara “Aquasource” de Biotherm para hacer un review. Tierno él, no me sube el sueldo pero me regala cremas (recordar borrar esto último, antes de publicar). El “bono-crema” constaba de un pote para día y/o noche y otro chiquitito que decía “Total Eye revitalizer”, y quedando días para ver a “el niño que me gusta”, acepté. Total, no podía acabar peor de como estaba.

“Manosa”, así se llama el componente clave de esta crema, y tal como explican en la página de Biotherm, “es un azúcar vegetal derivado de la pulpa del árbol que juega un papel esencial en el almacenamiento del agua en los árboles”, y “es capaz de actuar hasta en las capas más profundas de la epidermis”, manteniendo “una sensación de hidratación plena y una textura de confort óptimo durante todo el día”. Ok, Manosa, yo sería tu prueba de fuego.

Consciente de que tenía que hacer bien las cosas para escribir como corresponde, y nerviosa porque estaba a días de ver “al niño”, me porté bien con lo de limpiarme cada noche la cara y me eché con fe la crema de rostro y de contorno de ojos. La experiencia era agradable, porque tienen rico olor y su textura es más bien de gel. Y no sé si fue un milagro o qué, pero tras la primera aplicación, sentí mi rostro menos tirante y suave. Y para mi dicha, llegado el día de la cita, mis arru-líneas, en buen chileno, pasaban piola.

Sentada en la mesa de una clásica pizzería de Isidora Goyenechea, me atoré con el tercer mojito cuando “el niño que me gusta” me preguntó que cuántos años tengo.

– Treinta y (tos, tos) dos…
– ¿En serio? No lo parece. Te ves menor.

Menor… ¿27? ¿31 y 11 meses? Daba igual. Ya no me veía como Mumm-Ra y lo estaba pasando increíble. ¿Borré lo de mi editor, el sueldo y las cremas?

 

Fuente: Emol

 

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