Cuando el Capitán General don Pedro de Valdivia recorría por primera vez con su mirada los numerosos rincones de la zona central, tal vez no imaginó que 1.500 años antes de su arribo al valle del Mapocho, ya se desplazaba por sus parajes el primer quintanormalino que hoy conocemos.
En efecto, el primer habitante conocido de la planicie donde hoy se levanta la comuna de Quinta normal, vivió hace más de dos mil años. Los restos de un esqueleto correspondiente a una mujer de aproximadamente 23 años, de un metro 60 de estatura y que fue sepultada siguiendo un rito funerario, nos permiten conocer algo de los grupos humanos que entonces vivían en esta zona.
Donde actualmente se levanta la Radio Estación Naval, en las cercanías de la calle Nueva Imperial, esquina Apóstol Santiago, un equipo de arqueólogos halló los restos de un grupo trashumante que vivió y se desplazó por los territorios de la actual comuna de Quinta Normal, manteniendo relaciones con otros sectores del valle, y muy probablemente abasteciéndose de algunos productos del litoral central.
Aunque no sabemos con exactitud si el descubrimiento corresponde a un asentamiento semipermanente o a un lugar de habitación temporal, los científicos han afirmado que los restos encontrados pertenecían a un grupo humano que ya conocía de las artes y técnicas alfareras.
El esqueleto descubierto estaba en una posición flectada, encogido sobre su costado derecho, y fue sepultado sobre un emplantillado de piedras de río.
Sus dientes presentaban un marcado desgaste. Lo último indica que su alimentación estaba basada en una dieta dura que exigía mucha masticación. Junto a este enterramiento se encontraron numerosos fogones, residuos de las cocinas de la época, junto a los cuales abundaban restos de roedores y camélidos, tales como la llama y el guanaco.
También sabemos que este grupo practicó algunos ritos funerarios, pes la momia estaba acompañada por un ajuar consistente de anillos grandes, y algunas piedras trabajadas, a modo de adornos.
Se descubrieron además, algunas herramientas de trabajo, como piedras de moler y puntas de proyectiles, así como restos de roedores, pipas y otros.
El grupo humano al que corresponden estos vestigios constituye la más antigua evidencia de asentamiento humano para lo que más tarde sería la comuna de Quinta Normal, aunque no sería extraño que en futuro se realicen nuevos descubrimientos que podrían poner de manifiesto una población aún más antigua, ya que se sabe en forma inequívoca que desde unos 9.000 años antes de Cristo el hombre ya habitaba estas latitudes.
Aproximándonos hacia el presente, luego de los hallazgos de la Radio Estación Naval, no encontramos posteriores restos de ocupación prehistórica, aunque sin duda el hombre que habitó la cuenca de Santiago transitó en su vida cotidiana por Quinta Normal.
Largos siglos de lenta evolución y progreso debieron transcurrir para que los herederos de esos antiguos ocupantes de la comuna encontraran nuevas formas de vida, de organizarse, de hacer producir la tierra, y domesticar animales. Los avances tecnológicos no se hicieron esperar y paulatinamente la vida nómade fue sustituyéndose por asentamientos más estables y permanentes, propios de la actividad agrícola, con agrupaciones cada vez más sedentarias.
En efecto, otros descubrimientos arqueológicos realizados en Tagua Tagua, cerca de Pichilemu evidencian que ya hace 11 mil años atrás, grupos de cazadores de animales terrestres y de aves acuáticas, recolectores de frutos y semillas, se encontraban viviendo en la zona central de Chile.
Los cazadores-recolectores trashumantes se alimentaban especialmente de una fauna pleistocénica, constituida por mastodontes, caballos americanos y otros cérvidos hoy extinguidos. Trabajaban con toscas herramientas de piedra que hacían las veces de puntas
de proyectiles, cuchillos, manos para moler, etc. Pero aún no se han encontrado sus huellas en Quinta Normal.
La población aborigen y el legado incaico.
Breve pero significativa resultó la ocupación incaica del Chile Central. Cuando la expedición del Capitán don Pedro de Valdivia llegó a la ribera norte del río Mapocho, en diciembre de 1540, pronto advertiría que la rodeaba una población indígena muy superior a la encontrada en los valles del norte. Aunque algunas estimaciones mencionan la cifra de 80 mil indígenas para la zona, otras que parecen más realistas afirman que eran entre ocho y diez mil los indígenas que se asentaban en la cuenca.
Grande debió ser el impacto al comprobar que esta población estaba dividida al mando de diversos caciques y que aún sostenían colonias de mitimaes en tambos, camericos, fuertes y templos, al tiempo que se conservaban costumbres y tecnologías heredadas de una reciente dominación política militar de los incas. Y aunque dicho dominio ya estaba casi desaparecido, el jefe político de estas reducciones no era un cacique indígena,.. “sino un noble del Cuzco llamado Vitacura”.
Restos de tambos, o posadas para viajeros, existían en varios sectores del valle del Mapocho. Uno de ellos estaba ubicado en las inmediaciones mismas de donde Valdivia fundó la ciudad de Santiago: en la actual calle san Pablo, frente a la actual avenida Brasil, no lejos de nuestra comuna.
No podía ser de otra manera, considerando que a los avances alcanzados por la población aborigen, se sumaron nuevas tecnologías, conocimientos y adelantos que aportó el inca, al incursionar en estos territorios poco tiempo antes de llegar el español.
Testimonio vivo de la influencia Inca, eran ciertas técnicas agrícolas, nombres de lugares y personas, así como unas cuantas innovaciones tecnológicas en materia de producción artesanal, de cultos y creencias.
Ya hacia esta fecha, los habitantes del valle de Santiago disponían de un aventajado conocimiento de irrigación mediante canales y acequias, “como sus maestros habían sido los admirables ingenieros hidráulicos de la Nazca y Cajamarca, e igual lo atestigua todavía el notable acueducto que llamamos el “salto del agua”. Las más importantes acequias que se conocen eran las de Apoquindo, Tobalaba y Ñuñoa, que irrigaban amplias superficies agrícolas bajo la jurisdicción de los respectivos caciques.
El entorno que había al arribo español.
El paisaje que presentaba el “valle del Mapocho” a los ojos del conquistador español, fue notablemente diferente al que ofrece actualmente (año 1982), aunque sus grandes rasgos geográficos se mantienen.
El valle del Mapocho es una cuenca rodeada por cadenas de montañas que alcanzan alturas de hasta 6.000 metros, cruzado por prolongaciones montañosas y salpicadas de cerros aislados de alturas variadas, como el Santa Lucía y los cerros de Chena, por ejemplo. Por la cuenca escurre el río Mapocho, surtiendo los canales y acequias construidas por los habitantes de la zona desde tiempos remotos.
En los períodos de bajo caudal-verano-, el cerro Santa Lucía actuaba como barrera desviando suavemente las aguas hacia el norponiente por el cauce principal. En las épocas de lluvia y deshielo, en cambio, el caudal aumentaba y se dirigía arrollador hacia el sur poniente, inundando la planicie que rodea al cerro y amenazando año a año la ciudad en formación. Finalmente, se escurría por una depresión que dirigía las aguas al curso primitivo, en el lugar que los indígenas denominaban “Chuchunco” o junta de aguas. El río constituyó por siglos una fuerza incontrolable, y sólo la construcción de los tajamares puso fin a los riesgos de crecidas. Sin embargo, el sector poniente de Santiago continuó padeciendo de los desbordes hasta los años mil novecientos.
Bosques de raras especies cubrían las laderas de cerros, valles y hondonadas, a la llegada de los conquistadores. “había espinos, algarrobos, litres, peumos, quillayes, maitenes, canelos y pataguas. Y podríamos agregar la palma”. Son las mismas especies vegetales autóctonas que pueblan el entorno de Santiago hasta hoy, sobreviviendo a la tala indiscriminada y al fuego provocado por los habitantes de la ciudad y sus asentamientos periféricos.
Ciertamente la escasa intervención humana sobre el paisaje natural, concluía exhibiendo un panorama bastante diferente al que hoy tenemos de la cuenca de Santiago. Con este entorno y un clima similar al actual, comenzó a desarrollarse el primitivo asentamiento humano que daría origen a nuestra ciudad capital.
La fundación y establecimiento de Santiago
“Ciudad noble y leal”
Deseando Pedro de Valdivia hacer un principio de ciudad en el área norte del brazo principal del río….”le salió el cacique Loncomilla y le dijo que otro mejor sitio avía de la otra vanda del río a la parte del sur, donde los incas habían hecho una población”…”Huelen se llamaba el rancherío indígena presentado en el lugar que hoy ocupa la parte central de la ciudad cuyo cacique llevaba el nombre Huelén-Huara; población que fue desalojada y repartida en diversos lugares. Huelén era llamado también el pequeño cerro que se levantaba en este lugar del valle, el que hoy conocemos como Santa Lucía.
Decidido el lugar donde se levantaría la capital del Reino, el conquistador…”convocó a todos los caciques del territorio llamado entonces propiamente Chile, a un parlamento…Al fin, el día 12 de febrero de 1541 Valdivia mandó a un escribano extender la acta de fundación de la nueva ciudad…Doce días más tarde, esto es, el 24 de febrero, tomó la posesión real del sitio”…Había nacido Santiago de la Nueva Extremadura.
Ya desde 1554 Santiago tuvo el pretendido título de ciudad, otorgado por el emperador Carlos V que la había declarado “mui noble y mui leal”. Ello, pese a que no era más que una aldea, con aspecto de campamento, construcciones rudimentarias y escasas, y en permanentes enfrentamientos con los indígenas aledaños. Imitando las ilustraciones de la época, un autor anónimo de nuestro siglo ha construido un croquis del establecimiento de Santiago en 1541 que habla por sí mismo de la magnitud y fisonomía de la nueva ciudad.
Mercedes de tierras
Mediante las “mercedes de tierras” que consistían en la entrega de amplias y muchas veces imprecisas extensiones de terrenos rurales a los españoles, los gobernadores y el cabildo fueron distribuyendo los espacios que rodeaban la ciudad. Así fueron surgiendo las “estancias” en los lugares más apartados y las “chacras”, en las inmediaciones.
Parte de la planicie que hoy conforma la base territorial de la comuna de Quinta Normal, alcanzó muy probablemente a estar incluida como parte de los terrenos otorgados por concesión por don Pedro de Valdivia, al capitán don Diego García de Cáceres y a otro alto oficial, don Alonso de Monroy. El primero adquirió por compra la propiedad otorgada al segundo, reuniendo en sus manos un frente de 325 varas, esto es, unas 18 cuadras, situado entre la Cañada por el sur, y los Tambillos del Inca, cerca del río Mapocho, por el norte. Hacia el poniente la propiedad se prolongaba abarcando lo que dos siglos más tarde, en la República, constituiría el barrio Yungay, la Avenida Matucana, la Quinta Normal de Agricultura y otros sectores adyacentes.
La chacra de García de Cáceres
Esta propiedad. “era un hermoso llano en el cual García de Cáceres tuvo toda suerte de cultivos agrícolas, desde el maíz indígena, hasta el trigo europeo; y en el cual plantó una de las primeras viñas que se conocieron en Santiago. Era, sin embargo, un tope para la ciudad, cuyas calles necesariamente habían de irrumpir continuando la línea recta, por sus campos y sementeras” y así ocurrirá siglos después, cuando se formó ya en tiempos de la República, el barrio Yungay.
Así, esta chacra que nacía a la altura de la actual Avenida Brasil, constituyó durante todo el período colonial el límite poniente de la ciudad. Hasta allí llegaba el trazado de las calles y las acequias interiores de la ciudad, las que luego se vaciaban en la Cañada.
Más allá de la Cañada de García de Cáceres sólo existían entonces, campos de cultivo y una que otra habitación. Sólo en 1715 y por orden del Presidente Uztáriz, se levantó una pequeña iglesia a orillas de la Cañada, haciendo esquina con modesto callejón rural, que se ubicaba donde hoy está la avenida Cumming. Fue la iglesia de San Miguel.
Frente a la chacra y siguiendo una hondonada natural, se formó un tortuoso callejón. Tenía una anchura de media cuadra y fue llamado “Cañada de García de Cáceres”, luego “Cañada de Saravia” y finalmente de “Portales”, tomando el nombre de los sucesivos dueños, hasta recibir su denominación actual: Avenida Brasil.
La chacra de Diego García de Cáceres pasó a herencia de su hija Isabel, casada con Ramiranez Saravia, tomando el nombre de este último. Se conservó sin fraccionarse en poder de los descendientes del capitán de la conquista, hasta que a fines de la colonia llegó en sucesión a los Portales Irarrázaval. Ya a los inicio de la vida republicana, Santiago había experimentado un fuerte crecimiento. Fue entonces cuando el sector poniente dejó su carácter rural y la antigua chacra de García de Cáceres pasó a integrar parte de la ciudad. A la muerte de don Diego Portales Irarrázaval la chacra pasó a manos de sus numerosos descendientes, los cuales comenzaron a parcelar y vender los terrenos de la antigua propiedad. Muchos vecinos acomodados empezaron a trasladarse al nuevo sector y hermosas quintas fueron conformando lo que pronto fue el barrio de Yungay.
El cinturón verde.
Santiago quedó así fundado en medio de grandes estancias y chacras que le rodeaban por todos sus costados. Hacia el oriente estaban los campos de Ñuñoa, llenos de colorido; hacia el sur se apreciaba un enorme llano, al norte se encontraba la Chimba, a cuyos campos se llegaba con sólo cruzar el río Mapocho, y finalmente hacia el poniente, donde hoy se levanta la comuna de Quinta Normal, “suaves y bellas laderas cultivadas” en medio de bosques frondosos y pobladas por “indios laboriosos” ofrecían un paisaje rural, otorgando a Santiago una fisonomía aldeana.
La densa y laboriosa población indígena era entregada como “encomienda” por los representantes de la Corona, a los españoles que destacaban en las guerras de la conquista. En los primeros siglos de la Colonia, la población indígena proporcionó la mano de obra necesaria para trabajar la tierra y las minas, y prestar los servicios que requerían los españoles. El sector poniente, hacía donde se levanta hoy la comuna de Quinta Normal, fue pues, una activa área de trabajo agrícola y residencia de una gran masa de indígenas.
Grandes propiedades se encontraban en este sector, entre las cuales destacaban algunas importantes de los jesuitas, tales como la hacienda de Pudahuel y la hacienda “La Punta” colindante con la anterior, ambas donadas por particulares a la congregación.
Consolidada la conquista y el sometimiento de los indígenas de la zona, empezó a organizarse una importante economía agrícola, que hasta entonces se había limitado a ciertas actividades de subsistencia. Ya a comienzos del siglo XVII la vida agrícola rodea a Santiago por todas partes: “Hay chacras en plena labor agrícola hacia el oriente, en Ñuñoa,.. La Chimba, al sur de la Cañada y a uno y otro lado de Cañada abajo”. “Se trata de una intensa actividad: hay viñedos y vendimias; siembras, trillas y cosechas; crianza de animales y arboledas frutales”. Este paisaje se extendía abarcando también los terrenos donde hoy se levanta Quinta Normal.
Asignación de solares
La propiedad de la tierra estaba asociada a la condición de “vecino” y era un requisito para intervenir en los asuntos públicos, por lo cual reforzaba las diferencias sociales y la segregación entre españoles, mestizos e indios.
Los solares o pequeños sitios con huerto, se repartían en la ciudad según la calidad y el rango del solicitante. Primero se distribuyeron los sitios ubicados en torno a la plaza de armas. Desde allí hacia la periferia se estableció una división social entre capitanes y soldados, en tanto los indígenas eran relegados “al otro lado del río”, especialmente en el barrio llamado “La Chimba”.
La planta de las ciudades se trazaba siguiendo expresas instrucciones de la Corona; y Santiago no fue la excepción. “I cuando hagan la planta del lugar. Decía la Ordenanza Real- repártanla por sus plazas, calles i solares a cordel, comenzando desde la plaza mayor i sacando desde ellas las calles a las puertas i caminos principales, i dejando tanto campo abierto cuanto que aunque la población vaya en gran crecimiento, se pueda siempre proseguir y delatar en la misma forma”.
Cumpliendo esta Ordenanza, el alarife Pedro de Gamboa, luego de señalar el circuito de la plaza, “procedió a tirar sus cordeles hacia los cuatro vientos para dar cabida a los ochenta cuadrángulos que debía contener la población”. Y para la distribución de los habitantes “se dividió cada manzana en ocho solares, cuatro por cada frente de las calles que corren de este a oeste”. Y de esta forma se fue perfilando el trazado urbano, definiendo la orientación de las calles, y ubicación de la plaza y las principales instituciones de la época.
Canales y acequias
“Para el aseo y regadío de los solares” urbanos, se construyeron acequias interiores que nacían de las faldas del cerro Santa Lucía, hasta donde llegaba un canal extraído del río. Estas acequias corrían de oriente a poniente, y luego atravesar todos los solares, se perdían a la altura de la chacra de García de Cáceres, -actual Avenida Brasil- para desaguar en el río en brazo chico, en el sector de la Cañada.
Estos canales y acequias-y sus posteriores prolongaciones- permanecieron por siglos, muchos de ellos hasta bien entrado al siglo actual (XX). Antiguos vecinos de la comuna de Quinta Normal aún recuerdan los canales que pasaban a tajo abierto por las calles hasta escasas décadas atrás, proporcionando irrigación a los huertos aledaños (Ej. Canal zapata).
La planta urbana y su desarrollo
Los historiadores urbanos señalan que, por el año 1552, la planta urbana de Santiago estaba encerrada por las actuales calles Santo Domingo y Agustinas, Mac Iver y Bandera, no sumando más de 16 manzanas. Otras estimaciones sostienen que la ciudad comprendió un área que empezaba en la actual calle José Miguel de la Barra, por norte; continuaba por Santo Domingo, Esmeralda y San Pablo, hasta los Tambillos del Inca. Por el oriente llegaba hasta las faldas del cerro; y por el sur alcanzaba el brazo del río, que constituiría luego la Cañada-actual alameda Bernardo O’Higgins-. Finalmente por el poniente se prolongaba hasta la chacra de García de Cáceres, donde actualmente se encuentra la Avenida Brasil: “Por la parte del poniente, la ciudad corre hasta lo que es hoy calle del sauce, i se diseñan amás en el llano que se llamó después Portales i hoy Yungay, cuatro manzanas asiladas, punto de partida de la que es en el día la calle del colegio-San pablo”.
Considerando el diseño de Frezier, de 1712, tenemos que Santiago “ocupaba únicamente, bien que en toda su extensión, la planta primitiva de 80 manzanas que le había concedido hacía 171 años, su fundador Pedro de Valdivia, corriendo entre el río y la Cañada-unas 8 cuadras- i las calles llamadas hoy de Las Claras i del Sauce (diez cuadras)”.
Otro plano que data de 1793 y que se conserva en el Museo Británico, determina los límites de Santiago cuando moría el largo ciclo colonial. Por el oriente, Santiago empezaba en el cerro Santa Lucía y en la calle de la Ollería, hoy Portugal al sur, la ciudad había sobrepasado la cañada en pequeñas áreas dispersas, hasta lo que fue después el canal de San Miguel y luego la Avenida Diez de Julio. Hacia el norte, crecía el antiguo barrio de la Chimba, y había propiedades agrícolas de la iglesia y de particulares. La chacra de García de Cáceres, que ya entones se llamaba chacra de Portales, continuaba imponiendo un límite a la expansión de Santiago hacia el poniente.
La población de Santiago
En el siglo XVI, la ciudad se inició con unos 150 españoles. Para 1554 llegaba a unos 500 y para fines del siglo la cifra se había incrementado a más de un millar. Ya en el siglo siguiente, los españoles sumaban unos dos mil. Otro tanto se distribuía entre mestizos, indios, algunos negros y mulatos. A fines del siglo XVII, la población de Santiago sobrepasaba ya los cinco mil habitantes.
El Censo de Jaúregui, de 1778, entrega las siguientes cifras: Martido de Santiago, 64 mil habitantes. Ciudad de Santiago 24.318 habitantes. Estos datos traducen una evolución de la población capitalina, lenta en los siglos XVI y XVII, pero relativamente significativa durante el siglo siguiente.
También existen algunos datos sobre la composición étnica de la población “en los años finales de la colonia, el porcentaje racial de la ciudad de Santiago era el siguiente: españoles 60%, mestizos 15%, indios 10%, mulatos y negros un 15%”.
Rutas y caminos
La vía de comunicación más importante de la ciudad hacia el norte, desde los inicios de la conquista, fue el “Camino de Chile”. Por él entraron al valle los conquistadores y desde entonces ha sido el paso natural hacia el norte del país. Corresponde al trazado de “La Cañadilla” colonial y el que dio origen a la actual Avenida Independencia.
A su vez, el camino a la rinconada de El Salto, dio nacimiento a la Avenida Recoleta. Su nombre data de 1663, cuando se instalaron en este sector los Franciscanos y levantaron el convento que existe hasta hoy.
En dirección al oriente y siguiendo el curso del río Mapocho, se encontraba el “Camino de Vitacura”. A su vez, de éste se desprendían los caminos de “Apoquindo” y el de “Tobalaba”.
Hacia el sur, las comunicaciones se efectuaban por un angosto callejón que pasaba por la actual calle Latorre, conocido como “Callejón de Padura”. Partía desde el centro de la ciudad y proseguía por serranías, valles y poblados indígenas meridionales proporcionando tranquilos vados por el cruce de los ríos cuando así era necesario.
En dirección al sur-oriente estaba el “Camino de Ñuñoa”, que seguía por el fondo de las propiedades agrícolas y el curso del canal de San Miguel. De él se desprendía el “Camino de Peñalolén”.
Para dirigirse a las propiedades agrícolas que existían al sur-poniente de la ciudad, a los caseríos indígenas y a la ruta del puerto de San Antonio de las Bodegas, se ocupaba un camino derivado del callejón de Padura. Se denominaba “Camino a la Costa”, y seguía un trazado que pasaba por Calera de Tango, Talagante y Melipilla, para luego alcanzar el puerto de San Antonio.
La calle San Pablo
Originalmente, la calle San Pablo no era más que un cascajal del río donde se encerraban animales cuando el cauce así lo permitía. “Como la inundación de 1683 rompiera hacia los barrios bajos de la ciudad, que se llaman hoy de las Capuchinas i San Pablo”,-escribe Vicuña Mackenna- se “hizo construir por el espacio de ochocientas varas, esto es, cinco cuadras,…desde los arcos del puente hasta más debajo de San Pablo”…el pretil de protección.
Con la construcción de los tajamares, se formó allí un angosto y pedregoso callejón seco que cobró cierta importancia hacia 1678, cuando los jesuitas establecieron un convento, destinados a religiosos de tercer grado, y levantaron una iglesia bajo la advocación de San Pablo. Este templo, “aunque pequeño”, era “toda de oro, cristales i esmalte”, “como puede verse todavía en sus vestigios.
De este convento tomó su nombre la calle. Cuando los jesuitas fueron expulsados, a fines de la colonia, la propiedad fue destinada a Colegio de Naturales y posteriormente, a Presidio y Cuartel de Dragones.
Pero la calle San Pablo sólo cobró importancia hacia fines de la colonia, cuando en 1795, don Ambrosio O’Higgins utilizó el primitivo sendero de mulas y caballos, para construir una importante vía que se prolongaba pasando por Pudahuel, siguiendo por Lo Aguirre, la cuesta de Lo Prado, Curacaví y Cuesta Zapata, hasta desembocar en Valparaíso: “De la visita del marqués tomó también orijen una de las obras monumentales que debemos a aquel hombre extraordinario…la apertura de la vía,..Trabajada aquella en fracciones i con
todo jénero de esfuerzos se terminó en el espacio de cuatro años. (1791-1796) Desde entonces fue aquella la arteria de vida que nutrió a Santiago durante setenta años”.
Por ese entonces, la calle San Pablo, convertida en vía de acceso a la capital, adquirió un inesperado movimiento. El tránsito de carretas, mulas y caballos y los numerosos negocios y bodegas levantadas a su paso, le fueron confiriendo un singular colorido e importancia. A su vez, se iba configurando lentamente un significativo asentamiento humano en sus costados, aprovechando las ventajas que una vía de esta naturaleza podía ofrecer. Es así como la calle San Pablo prolongada en el camino a Valparaíso se convirtió paulatinamente en un eje de crecimiento espontáneo de la ciudad hacia el poniente reuniendo un asentamiento humano de carácter lineal.
Resulta de gran interés tener presente que estas primeras vías que comunicaban la ciudad con la periferia rural de ese entonces, mantuvieron su existencia durante siglos y hasta hoy se presentan como los principales ejes de comunicación de la ciudad. Al mismo tiempo, estas vías tradicionales han ejercido igual atracción para el establecimiento del comercio, jugando un significativo papel en el crecimiento urbano.
Umbrales de crecimiento
La expansión urbana estuvo condicionada, durante la mayor parte de la colonia, por tres grandes límites que veremos a continuación. Al oriente el cerro Santa Lucía, cuya base ocupaba entonces el doble de la superficie actual, así, a fines del siglo XVI la ciudad tenía como límite la actual calle Miraflores.
Al norte del río, las pequeñas y grandes propiedades agrícolas, que disponían de buen riego, así como los conventos religiosos y las propiedades conexas, resistieron la presión expansiva de la ciudad, oponiendo resistencia al crecimiento en esa dirección. Además, el río Mapocho imponía en sí mismo un serio obstáculo…”En invierno, los amigos de uno yotro lado no se veían más que por casualidad y, a la entrada de los primeros nublados, se despedían para no saludarse hasta octubre a lo menos. El Mapocho estaba de continuo de mal humor y muchas veces invadeable”, relata un testigo de la época.
Hacia el sur la Cañada limitó por largo tiempo la expansión de la ciudad. Por ello, no se apreció una ocupación importante de este costado de Santiago, sino hasta bien entrada la colonia.
Así, con los límites impuestos por el cerro Santa Lucía, al oriente, el río y las chacras al norte, y la Cañada al sur, la única alternativa de crecimiento en los primeros tiempos de la colonia estaba hacia el poniente. Sin embargo, la lenta y paulatina ocupación de las chacras durante los tiempos coloniales, alcanza a llegar hasta la cañada de García de Cáceres.
Posteriormente, con la construcción de los tajamares, la ciudad tuvo otra alternativa de crecimiento al quedar protegidos del riesgo de crecidas los terrenos ubicados al sur de la Cañada. Durante los siglos XVII y XVIII se aprecia un crecimiento hacia el sur, que se detiene en el canal San Miguel o de Ñuñoa, el que corría a tajo abierto por la “Calle del Canal”, hoy Avenida Diez de Julio. “En esa dirección nacieron los barrios de San Diego, San Francisco, del Hospital y de Carmen, todos ellos entre 1675 y 1690, con sus respectivas calles que iban hacia el campo o hacia las chacras de Ñuñoa u otras atravesadas, todas de irregular trazado”.
Tres sectores claramente diferenciados se aprecian así: de la Cañada al sur; la ribera norte del río; y el centro situado entre la ribera sur del Mapocho, la acera norte de la Cañada (actual Avenida Bernardo O’Higgins) y las chacras al poniente.